En un pueblo había un buen vecino que apreciaba
mucho la amistad.
Y una noche recibió a un amigo que le visitó sin avisar.
Aunque quería atenderlo, no tenía nada de cenar y salió corriendo a buscar al
pueblo una tienda donde comprar pan.
¡Oh, no! Todo está cerrado. ¡Oh, no! Es muy tarde
ya. Tengo que pedir ayuda en otro lado. A mi amigo debo alimentar.
Corrió hasta la puerta de otro amigo, esperando
ayuda encontrar, pero vio la puerta y los postigos que los acababan de cerrar.
Más tocó a la puerta un par de veces y empezó así a suplicar. ¡Amigo, necesito
que me prestes sólo tres hogazas de tu pan!
¡Oh, no! No se ha despertado.
¡Oh, no! necesito el
pan. Este buen amigo, nunca se ha negado. Si le insisto, seguro me lo da.
Más la respuesta fue muy negativa: ¡Vete, no me
hagas levantar! ¡Es muy tarde, está durmiendo mi familia y yo no la quiero
despertar! Aunque no fue bien recibido, tiene la esperanza de ganar. Piensa que
si no le dan por ser amigo, por ser importuno le darán.
¡Venga! ¡Ábreme la puerta! Dame, tres trozos de
pan. Las panaderías ya no están abiertas y por eso me tienes que ayudar.
Después de negarse varias veces y ser molestado
varias más el importunado repartió con creces para ver si lo dejaba en paz.
Volvió a su casa el buen amigo con sus buenos tres trozo de pan. Iba muy
contento por haber sabido en su petición perseverar.
¡Toma! Coge lo que quieras. Come, hay que celebrar.
Estoy muy contento de que tú vinieras y de haberte dado de cenar.
Así, como ese hombre dio tres panes porque el otro
tanto le insistió, el que a la puerta de Dios llame tendrá lo que pida en
oración. Si el hombre aquel cumplió el anhelo del amigo que lo importunó,
cuánto más nuestro Padre del cielo dará cosas buenas por amor.
1 comentario:
Me gusta cantarla en clase
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